miércoles, 13 de noviembre de 2013

Allen y el espectador que no ve

Blue Jasmine (2013)
Woody Allen

Blue Jasmine es un filme típicamente woodeliano: los personajes pasan como a través de una vidriera; se exhiben, se muestran, pero no se comprometen con las exigencias del espectador que quiere sen-tir-lo-que-e-llos-sien-ten. El narrador en el cine (ese conglomerado de instancias) y su heterogénea complejidad de procedimientos fílmicos es, en Woody Allen, como diríamos en literatura, un narrador "testigo", porque no reproduce el universo interior de los personajes, sino que se limita a contar eso que estuvo allí. Este narrador woodeliano (¡mezquino, mezquino!) sólo (des)ordena el acontecer de los eventos y el andar de los personajes (con mayor o menor precisión, con más o menos justicia), pero no comparte ese saber de la omnisciencia narrativa literaria decimonónica. Sin embargo, en Blue Jasmine, el ingenio de Allen es doble, porque el tratamiento superficial de la diégesis es también el argumento (la materialidad del filme, la sustancia). "Piense, luego vea" parecen decir los personajes de Blue Jasmine. "Vea, luego interprete".


Como es habitual, los estereotipos que Allen (re)produce son expuestos en el escaparate woodeliano, con disparidad, para producir el contrapunto con el cual una historia es posible. La mujer frívola y materialista, y la mujer ordinaria sin expectativas materiales; el esposo infiel y corrupto pero rico y elegante, y el pretendiente simplón, fracasado pero sensible. Ambas parejas, en su disparidad, rezuman vulgaridad. Ésta es la clave para ver e interpretar Blue Jasmine


Los dramas woodileanos no pueden ser más realistas. Pero el espectador debe reponer.

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