jueves, 18 de marzo de 2010

And the winner is… (a pedido del público y de Cristina)

¿Qué significa que una película argentina haya sido premiada por los Academy Awards, conocidos vulgarmente como los Premios Óscar (con tilde en la “o” muchachos, porque si no suena como los premios /oskáɾ/ que casualmente es el nombre de mi viejo y él seguro que también le daba la estatuilla a Francella y compañía)? Sin duda alguna, ganar un Óscar es una muestra de reconocimiento. Pero todo acto de reconocimiento funciona según principios y parámetros determinados, fijados, y toda fijación es plausible de aprehensión, adquisición e imitación. Principio número 1: gustar. Parámetro número 1: gustar a cierto público. Principio número 2: recaudar. Parámetro número 2: recaudar más que la anterior. Principio número 3…
He aquí un agente reconocedor de méritos, según estos principios y parámetros que pueden ustedes continuar imaginando…

Acordamos sin caprichos que los Óscar conforman la academia más influyente de la industria cinematográfica del mundo. Pero lo que parece, en primer lugar, un elogio no es más que la expresión de una obviedad resultante. ¿Quién podría dudar, acaso, que la NBA es la liga de básquet más importante del mundo? Nadie. Tanto la NBA como la maquinaria-Hollywood son inventos de la cultura (colonizante) norteamericana. Y quien inventa, pone reglas. Así como en la NBA las medidas del campo y las distancias de tiro (por ejemplo) son diferentes al resto de las ligas del mundo, también los integrantes de la famosa estatuilla (im)ponen sus propias reglas. La sutil diferencia entre la NBA y HOLLYWOOD recae en un principio clasificatorio. La NBA, a pesar de su organización interna, pertenece al gran grupo de una determinada actividad objetiva: el básquetbol. La relación sujeto-objeto (mano-bola-aro) se encuentra mediatizada por una frecuencia de eficacia objetivada: la bola entra en el aro (hecho físico objetivo). Kobe Bryant podría meter la pelotita en cualquier liga de basquet del mundo sin importar los 10 centímetros de diferencia del área de tiro. (Del mismo modo, me atrevo a sospechar que Avatar o Titanic no serían capaces de funcionar sin desmedro en cualquier sala del mundo...). La industria cinematográfica, por el contrario, no clasifica según parámetros objetivos sino que interpela (y atenta) sobre las subjetividades (inconsciencias) de las personas sujetadas que ven (personas sujetadas que gustan). No obstante, la sujeción deviene objeto cuantificable (RECORD SALES) y objeto de la re-per-cu-sión (OSCAR RATING). ¿Cuál puede ser el grado de repercusión de los premios Óscar en Sofía, Moscú, Lyon o en Liubliana? Redoblemos: ¿Y en Kuwait, Teherán o en Tallin? No tengo idea, pero ¿será la misma que en Los Ángeles, Distrito Federal, San Juan de Puerto Rico o en Buenos Aires? Todo depende de las fronteras globo-imperio-culturales expansivas que sin dudas repercuten con mayor intensidad en ciertas latitudes. Demostración: la señal FOX.

El hecho de que exista un premio a la “mejor película extranjera” dispone ipso facto una geografía de la cuestión, un endocentrismo explicitado y un señalamiento gestual del otro (el extranjero, aquél que aprehende, adquiere e imita). La cultura yanquee se rige bajo la premisa de la expansión por contaminación y establece paradigmas estético-éticos basados en arbitrariedades de consumo. La invasión está a en todas partes: TV shows, sitcoms, fast foods, idiomatic expressions y, finally, LOT of movies. La gran industria. Es fácil caer (es decir, consumir) toda esa basura norteamericana cuando los niveles de cultura regional no pululan y, cuando lo hacen, no satisfacen nuestras ansias de arte-de-autor (mi panza). Es fácil también ser seducido por un argumentum (ad verecundiam) que, sin aquel sentido de pertenencia, no puede sino dejar en ridículo a quienes involucra. El determinismo yanquee, su arbitrariedad y su selección de (my favorite movie) contribuyen de modo sustancial al ciclo de consumo, todo un circo de monos al servicio de un circuito de ventas (tickets) que se auto-fagocita y que, al mismo tiempo, se auto-denomina y se auto-reconoce mediante exuberantes fiestas de premiación (YO PERTENEZCO, TÚ PERTENECES...) que distingue a todos los operarios de la cinta de ensamblaje: directores, actores, guionistas, productores, técnicos, and so on

Parece una joda pero el sentido de pertenencia va muy en serio. "Pertenecer", en este sentido, a la cultura industrial de masas norteamericana (o cultura industrial norteamericana de masas) resulta, para algunos, un importante salto de calidad (o cantidad, que, para el caso, es lo mismo). Orgullosa de sus súbditos de Carta Abierta (y bien agarrada a la estatuilla), Cristina recibió a Francella y compañía, entre una falsa exacerbación de nacionalismo barato (y luego de confundir arte y ciencia) vomitó que “nosotros los argentinos” (¿un nosotros inclusive o inclusivo?) cuando “contamos nuestras historias” y “trabajamos en equipo” podemos “obtener buenos resultados” (¡UN OSCAR, UN ÓSCAR!). La fórmula del "éxito" está ahí nomás: una pizca de drama, un chorrito de dictadura, un par de golpes bajos y un papelucho para Pablo Rago. El secreto de tus ojos (ahora junto a La historia oficial) siguió a ra-ja-ta-bla las normas de calidad exigidas por aquellos que conforman (es decir, exigen una determinada morfología) la realidad de la producción cinematográfica argentina for export.

Arte vacuo. Cultura descartable. No todo lo que brilla es oro.
Que venga la que sigue...

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