miércoles, 21 de marzo de 2012

Una tarde muy bizarra para cine francés

Título: Ma part du gâteau
Director: Cédric Klapisch
Nacionalidad: Francia
Año: 2011
Valoración: No recomendable

El filme de Klapisch fue, desde el comienzo, una excusa para distender nuestra tarde de miércoles, libre, afortunadamente, para ambos. Contrariamente a lo planificado, la experiencia sala-de-cine se volvió insoportable. Cuando nos perfilábamos hacia la sala, rodeados de vetustas señoras paquetas que paseaban, orgullosas, sus carteras en juego con sus zapatos, entendimos que no sería la tarde que buscábamos. Ya en proyección, las señoras cuchicheaban por demás todo lo proyectado. "Insolente" me prepoteó una mujer ante mi chistido. "Si quiere conversar, váyase a un café. En el cine no se habla", le dije terminante. Pero los chistidos y los cuchicheos quedaron pronto en el olvido cuando un teléfono celular comenzó a emitir una jocosa melodía de ring-tone. "¡El celular!", decían. "¡Apáguenlo!", ordenaban. Pero nadie acudía al pedido. La musiquita festiva volvió a interrumpir y la sala se desmoronó. "¡Por favor!". "No usen celular si no saben apagarlo". Al rato, nuevamente. "Nos estás arruinando la película, querido". Luego otra vez. Y otra vez. Los pedidos devinieron estruendosos agravios, pero el teléfono volvía a sonar, irremediablemente. En 111 minutos de filme, el teléfono interrumpió en no menos de veinte ocasiones. Evidentemente, aunque a las señoras les costaba comprender, se trataba de un teléfono extraviado debajo de algún asiento y de un propietario desesperado por hallar su aparato móvil. Mientras tanto, el filme corría sin convencerme porque nunca definió su modo de representación: ni una comedia romántica ni un drama de conciencia individual ni una denuncia sobre el impasible movimiento de los mercados de las bolsas. La banda sonora, equívoca cuando no obvia, tampoco colaboraba con la construcción del relato y se entrecruzaba con la melodía del teléfono o con algún quejido vociferante de una señora desconcertada. Para peor, el filme concluyó horriblemente y la tarde estaba perdida, entre gritos de viejas enpaquetadas de ocasión. Sin embargo, lo mejor todavía estaba por llegar: ante la aparición del cast, un grupo de pusilámines vejestorios de la fila de atrás comenzó, con gritos y ademanes, a señalarnos como los culpables de las inoportunas e insistentes melodías del teléfono celular. Como habrán de imaginar, respondimos a las injustas incriminaciones y la jornada se convirtió en un revuelo de palabrotas desajustadas. Afortunadamente, un señora encontró, entre sus zapatos, un Motorola negro que acusaba veintidós llamadas perdidas.

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