martes, 1 de enero de 2013

"Los personajes son ficcionales"

Título: Darjeeling Limited (2007)
Director: Wes Anderson (EE.UU.)

Se vistió y salió con apuro, casi sin mirarla. Decidido, tomó el atado de cigarrillos, el encendedor de bronce y unas monedas dispersas sobre la mesa del comedor. “¿Adónde vas?”, dijo ella. Sin escucharla, o ignorándola, él extendió la mano de costado y soltó una mueca de despedida. Caminó entre la gente que caía de los trenes y se sentó en un banco del andén para prender un cigarro. “¿Adónde vas?”. 

Pensó que lo mejor sería no volver a verla. Con la mirada como perdida, se detuvo frente a las vías, los trenes pasaban y le recordaban la tormentosa muerte de su padre y el auto en el taller y los borradores de un nuevo texto. “Tampoco puedo comentar todo lo que veo”, pensó. Sin embargo, tomó su anotador y balbuceó unas palabras sobre el duro papel. Miró el cielo plomizo y llenó los pulmones de aire. Se levantó porque el ruido de los trenes no lo inspiraba lo suficiente. Buscó un teléfono y usó las monedas para llamarla. Al oír su voz, colgó involuntariamente. Ella lo amaba y él no conseguía despegarse de sus piernas ni de sus mentiras. Con la colilla aún llameante, encendió otro cigarro para calentarse las manos y se dirigió al hotel, bordeando las vías.

“Vengo por mis cosas”, dijo y descolgó del estante las maletas pardas de su padre: “J.L.W.”. Ella lo miró con ojos lacrimosos pero no supo qué decir. Él fingió ignorarla. Descolgó unos pantalones del ropero y los plegó meticulosamente. Luego, los movimientos y dobleces recayeron sobre las camisas que levantaron un cúmulo de rayas y cuellos sobre los pantalones. Así, como esperando que ella se arrojara al vacío por la ventana de la habitación y que todo se solucionara abruptamente, fue ordenando con detalle sus otras pertenencias.

Se despidieron como dos desconocidos. “Tal vez era lo mejor”, pensó él. Las maletas formaban, frente a la puerta de la habitación, un muro que los separaba. Ella se levantó de la cama, desde donde había observado toda la operación, y dejó caer de sus hombros el déshabillé amarillo. “No te vayas”, dijo. Él inclinó su cabeza y la miró. “Tal vez sea lo mejor”. Ella estiró su mano luego de refregarse la mejilla. Sus manos formaron un espejo hasta que él se soltó y le dijo: “Me voy”. Sin embargo, derribó la muralla de maletas y la abrazó con pasión. “Te amo”, dijo ella. Abrazados, se dirigieron hacia el pie de la cama deshecha. Ella se sentó y lo miró levantando los ojos. 

“Pase lo que pase”, dijo ella, “no quiero perderte como amigo”. Él la miró a los ojos. “Prometo que jamás seré tu amigo, pase lo que pase”. Dijo ella: “Si nos acostamos, mañana me arrepentiré”. “No me importa”, dijo él. Le levantó la blusa. “Te amo”, dijo ella. “Jamás te lastimaría”. Él asintió. “No me importa”.

Decidió no ir a Italia.

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